ReINgeniería de Vida para Crear Abundancia, Bienestar y Libertad desde Tu Esencia: diciembre 2007

lunes, 17 de diciembre de 2007

Deseos renovados


"Se cuenta que Nasrudin paseaba por las calles de Calcuta y encontró a un hombre que estaba vendiendo lo que creyó que eran dulces, aunque en realidad se trataba de chiles picantes. Nasrudín era muy goloso y compró una gran cantidad de los supuestos dulces, dispuesto a darse un atracón.

Muy contento, se sentó en un parque y comenzó a comerlos. Nada más morder el primero de los chiles sintió fuego en el paladar. Eran tan picantes aquellos “dulces” que se le puso roja la punta de la nariz y comenzó a soltar lágrimas hasta los pies. No obstante, Nasrudín continuaba llevándose sin parar los chiles a la boca. Estornudaba, lloraba, hacía muecas de malestar, pero seguía devorando los chiles.

Asombrado, un paseante se aproximó a él y le dijo:

Amigo, ¿no sabe que los chiles sólo se comen en pequeñas cantidades?

Casi sin poder hablar, Nasrudín comentó:

-Buen hombre, créame, yo pensaba que estaba comprando dulces.

Pero al ver que Nasrudin seguía comiendo chiles, el paseante insistió:

-Está bien, comprendo su confusión, pero ahora que ya sabe que no son dulces, ¿Por qué sigue comiéndolos?

Y entre toses y sollozos, Nasrudin dijo:

-Ya que he invertido en ellos mi dinero, no los voy a tirar. "

(Adaptación de un cuento sufí)


Creo que es fácil reconocerse en esta actitud de Nasrudín. Cuando nos comportamos obstinadamente tratando de mantener planteamientos obsoletos, con testarudez, aún después de habernos hecho conscientes del malestar que dichos enfoques nos están generando. Y es que no es fácil soltar lo innecesario, lo falso, lo inadecuado, cuando se ha invertido mucho en ello.

Considero que en esos momentos hay que echar mano de la amplitud de miras, de la flexibilidad y recordar el verdadero propósito de nuestros actos. Ser capaces de reconocer que “quizás hay otra manera” de entender, de ver, de hacer, … y movernos en esa nueva dirección con el convencimiento de que es más saludable sentirnos libres para volver a elegir que tener razón, cueste lo que cueste.

Por muy preciada que nos resulte una creencia, para que sea digna de mantenerla es necesario que pase la prueba de la verdad y de la paz, es decir, que al cuestionarnos su realidad y preguntarnos qué sentimos y cómo actuamos al apegarnos a dicha creencia, podamos tener respuestas que no contengan miedo, tensión, conflicto o bloqueo, sino que impliquen apertura, confianza y paz. De no ser así, ¿para qué mantenernos en tales planteamientos? ¿Acaso porque queremos mantener la ilusión de control? ¿A costa de no sentirnos felices?

Obstinarse es una forma de agarrarse, de apegarse, y si te aferras a algo ya caduco, que ha perdido su sentido o que ha quedado demostrada su falsedad estás eligiendo una actitud que será un lastre para la evolución de tu conciencia. Y más aún, quedarás prendido de una idea, en el pasado, sin bajar a la experiencia del presente en el que podrías encontrar la posibilidad de hallar la verdad y crecer con ella. No podemos crecer si no renunciamos a lo que ya no nos sirve porque no estaremos dejando espacio para lo nuevo.

Estamos finalizando el año y puede ser una buena época para comprobar en qué medida estamos más cerca del bienestar que anhelamos. Y es un estupendo momento también, al menos para quienes mantenemos un sentido espiritual de las fiestas navideñas, de renovar nuestro compromiso con la esperanza, la inocencia, la paz y el continuo renacer en el amor y la hermandad. Desde esta intención hoy quiero compartiros algunos deseos cuya propósito entiendo que es el de facilitar el recorrido emocional desde el miedo hasta la confianza:

* Que podamos vivir el amor como el impulso que expande todo lo que es en vez de como la frontera que intenta poseer únicamente algunas parcelas de la realidad.
* Que sepamos vivir la libertad desde la voluntad de permitir que la realidad se renueve a cada instante.
* Que aprendamos a relacionarnos desde un profundo respeto por la semilla de plenitud que alberga cada aspecto de la realidad y desde un sentido de la comunicación que implique comunión, es decir, posibilidad de vibrar al unísono movidos por un propósito común.
* Que obtengamos el entendimiento que no llega con los juicios sino con el amor que todo lo abarca y por lo tanto lo comprende como parte de si mismo.
* Que alberguemos en nuestro corazón únicamente sueños que puedan ser compartidos en paz.
* Que nos movamos con inocencia tanto al dar como al recibir desde la convicción de que todo es digno de amor
* Que acertemos a mantenernos en una incesante disposición a reconocer que podemos estar equivocados y en una continuada motivación para volverlo a intentar, de nuevas maneras.

Creo que todo esto y más es posible y que en la esencia de todo lo que existe está la sabia mentalidad que nos puede guiar para tener conciencia de ello en cada instante de nuestras vidas. Gracias por haberme permitido, durante un año más, acercarme a vosotros y compartir mis pensamientos y mis mejores deseos. ¡Felicidades! ¡Es posible, somos capaces y nos lo merecemos!

Fuente: Pepa Arcay (la-llamada.com)

martes, 11 de diciembre de 2007

La candidez de la generosidad

La generosidad es la segunda de las Siete Virtudes Capitales.

Ella es el lado opuesto de la avaricia, porque ésta, en su afán inmoderado, busca siempre su propia complacencia, donde no hay más cabida sino para la persona misma.

Mientras que la generosidad, levanta su altar sobre las piedras de la filantropía y hace todos sus sacrificios teniendo en cuenta, el bienestar de la dicha ajena. Se dice que la palabra “generosidad”, la inventaron los romanos. Viene del término “Generosus” que se relaciona en primer lugar con algo "de buena raza" (genus / generis), y en segundo lugar, "prolífico", "fecundo".

Una combinación de ambas partes, nos hace ver cómo esta palabra se constituye en una virtud esencial para una raza, porque apunta hacia su calidad y abundancia de reproducción.

Y es que una persona generosa, va a actuar siempre de forma desinteresada a favor de otra. Un rostro lleno de alegría y una voluntad presta, sin importar el costo del esfuerzo, son las características visibles de aquel que siempre practica esta virtud.

La generosidad tiene la firme misión de hacerle la vida agradable a los demás. Un alma generosa tiene la tendencia a sacrificar sus propias gratificaciones para arrancar nuevas esperanzas en los que menos tienen.

Leon Tolstoi lo dijo así:

“No hay más que un modo de ser felices:
vivir para los demás”.

El mundo pareciera dividirse en dos tipos de personas: los que siempre esperan recibir y los pocos que están dispuestos a dar.

El primer grupo tiene la tendencia a prevalecer porque la naturaleza humana, insatisfecha de tantas necesidades, busca siempre colmar su hambre y sed de significado. Pero también es cierto que son muchos los que viven con la mano abierta esperando algo, porque sus almas egoístas y avaras no conciben la idea de practicar la magnanimidad. Sin embargo, no son los que reciben los "bienaventurados", sino los que dan.

La vida debiera ser toda una vertiente de generosidad. Para los que piensan que ya no tienen que ocupar ningún espacio en este mundo, la generosidad de un buen consejo, respaldado con una dosis de mucho ánimo, podrá cambiar el rumbo a esas vidas desorientadas.

Hay gente que vive sola y con mucha pena en su alma. Seamos generosos en darle nuestro amor y llenar de significado la soledad que les agobia. Son muchos los que se enfrentan a una penosa enfermedad; los que están recluidos en las paredes frías de alguna cárcel; los que enfrentan las secuelas de un divorcio; los que enfrentan la rebeldía de sus hijos; los que viven bajo el dominio de un vicio insuperable... Seamos generosos en darles una palabra de aliento, un abrazo de esperanza y una visible demostración de afecto a través de hechos, mientras transitan el camino de su aflicción.

Un alma generosa vivirá acompañada de otras virtudes que vienen acrecentar su propia felicidad.

Fuente: Vitaminas para el alma

lunes, 10 de diciembre de 2007

De rebeldes a genios

Historias de pésimos alumnos que, de adultos, llegaron a la genialidad. Reunidas por Jean-Bernard Pouy, Serge Bloch y Anne Blanchard en este libro (Catapulta), aquí, tres ejemplos icónicos: Graham Bell, Churchill y Dalí.

Alexander Graham Bell

Desafiado por su padre, a los 18 años Alexander se aboca junto a su hermano Edward a la construcción de un autómata parlante. Para estudiar la anatomía de la laringe, sacrificarán primero a su gato y luego comprarán la de un ternero a un carnicero. Con madera, un embudo y laminillas de caucho, logran que un maniquí grite: “¡Mamá!”. También tratan de hacer pronunciar a Found (“Encontrado”, en inglés), su perro, “aes” y “oes”, pero entienden que el porvenir no está en eso. En 1876, trabajando en un proyecto de oreja artificial para sordos, Bell logra transmitir, por codificación, la voz humana a lo largo de un cable eléctrico.

* * *


Qué puede hacer el tipo que tiene un abuelo fonoaudiólogo, un padre profesor de dicción, una madre sorda y que se casará con una sordomuda? Ring, ring. Inventará el teléfono.

Normal. Se llama Alexander Graham Bell y nace en Edimburgo, Escocia, en 1847. Su padre, Melville, sabía narrar cuentos muy bien, pero su madre no podía oírlos. Aclarado esto, digamos que igual era una artista. Pintaba miniaturas. Los Bell eran una familia unida, que siempre tocaban música, sacaban fotografías (ya) y montaban números de mímica.

A Alex no le gustaba la escuela, y prefería salir a pasear. Un día, “en el campo, había querido oír el murmullo del trigo que ondulaba. Fue a un gran terreno y se perdió. Aturdido, iba y venía en todos sentidos. La noche comenzaba a caer. ¿Dónde estaban sus padres? Llorando, se acostó con la oreja contra la tierra. El silencio se sucedía al ruido del viento. Sollozaba y estaba por dormirse cuando, ¡milagro! Oyó un ruido a lo lejos: «¡Alex! ¡Alex!», la voz sofocada de su padre que le traía la tierra”…

A los quince años, huye de un padre demasiado autoritario y va a Londres a reunirse con su abuelo, ex zapatero, ex actor y apuntador de teatro, ex profesor de dicción y fonoaudiólogo reconocido. El abuelo le deja hacer lo que se le ocurre. Juntos, declaman Shakespeare durante horas.

La felicidad dura tres años, hasta la muerte de ese viejo excéntrico. Alex vuelve a Edimburgo, se encuentra con su hermano Edward y no consigue entenderse mejor con su padre. Pero, gran felicidad, aquél desafía a sus dos hijos a que solos construyan un autómata parlante (...). Y los dos hermanos ponen manos a la obra, buscando saber cómo funcionan los órganos que sirven para hablar.

Alex sigue pensando en irse. Como grumete, por ejemplo. Pero no llega más que al norte de Escocia, a Elgin y, en lugar de izar las velas, enseña música y dicción en un pensionado de muchachos. ¡A los dieciocho años, casi la edad de sus alumnos! Después pasa por la vieja y respetable universidad de Bath y, por fin, llega a Londres, donde enseña a niños sordos. Durante todo ese tiempo, no abandona sus curiosas pasiones; incluso asistirá a operaciones quirúrgicas para comprender los misterios anatómicos del habla. También se apasiona por la electricidad e instala un telégrafo entre su casa y la de un amigo.

Perfecciona asimismo una invención de su propio padre, basada en la dicción de los 34 sonidos de base, para hacer pronunciar frases breves a cuatro niñitas sordas.

Pero, en 1870, él y su hermano caen gravemente enfermos de tuberculosis. Edward muere. Poco antes, “en un momento de fervor, se prometen que aquel de los dos que muera primero tratará de comunicarse con el otro desde el más allá”.

Entonces la familia parte hacia Canadá, donde el aire es más puro. En el barco, Alex lee con pasión una obra, Las sensaciones del sonido, que lo impulsa a imaginar el principio del teléfono. ¿Hola?

A partir de eso, bajo los cielos poco clementes de Ontario, Alex, ayudado por sus estudios sobre la voz, su interés por la propagación de las ondas eléctricas y, hay que decirlo, también impulsado por el amor (una joven sorda, Mabel), va a poner a punto el teléfono el 10 de marzo de 1876. Solo contra todos.

“El teléfono parlante de Bell”, escribía Gray, un rival desdichado, el 1º de noviembre de 1876, “es un lindo juguete para científicos, pero no tiene ningún interés comercial, no aporta nada más que el telégrafo”.

Caramba...

Bien visto. ¿Y el celular, entonces?

Winston Churchill

Cuando, en 1933, Hitler llega al poder en Alemania, Churchill ya desconfía. Pero los recuerdos de la Primera Guerra Mundial son omnipresentes: ingleses y franceses quieren evitar a cualquier precio otro conflicto, incluso si el precio que deben pagar es dejar que el dictador acapare Europa central. Cuando Hitler ataca a los checos, el gobierno inglés y el francés negocian con él. Hostil a esta actitud, Churchill les predice: “Habéis tenido la elección entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor y tendréis la guerra”. En 1940, es nombrado primer ministro y pone a Gran Bretaña como “la muralla del mundo libre”, convirtiéndose él mismo en un símbolo de la resistencia frente a Hitler. Está dispuesto a luchar hasta la victoria, pero no puede prometer más que “sangre, sudor y lágrimas”.


* * *

Churchill es el bajito regordete, con el cigarro siempre en la boca, que, oponiéndose ferozmente a Hitler, sin duda salvó a su país, Inglaterra, con seguridad a Europa y tal vez al mundo entero.

Nacido en 1874, Winston es un hermoso bebé pelirrojo de excelente salud. (...) Su único problema, si se lo puede llamar así, es su familia aristocrática, al estilo británico. Su padre, lord Randolph, es político, y su madre, Jennie, una mujer de alta sociedad...Winston crece en un mundo cerrado donde, desde la edad de la razón (7 años), se prepara a los varones a ser admitidos, años más tarde, en las universidades más elegantes. Está programado para el must: Eton. Y no se le dio.

A los ocho años, lo arrancan de los brazos de su niñera Woom y lo envían a la escuela preparatoria de Ascot. “Contaba los días y las horas que me separaban del momento en que dejaría esa odiosa servidumbre para volver a casa y poner mis soldados en línea de batalla en el piso del cuarto de juegos”. Además, como encuentra la enseñanza a tal punto “presumida y con-vencional” no hace ningún esfuerzo: “Como ni mi razón, ni mi imaginación, ni mi inte-rés estaban excitados, no quería ni podía aprender”. Entonces, lo castigan a menudo y, en Inglaterra, los castigos duelen.

Felizmente, Woom, advirtiendo que Winston es azotado más que lo habitual, logra convencer a lady Jennie de que retire a su hijo de Ascot y se lo confíe a dos señoritas de Brighton pues ellas, pacientemente, a la antigua, lograrán poco a poco hacerlo trabajar. Y a fines de 3º ahí está, primero en griego y en latín.

Su padre, político, nunca está en casa, y Winston, para oír hablar de él, se pone a leer los diarios. La prensa y la actualidad se convierten en su pasión. Pero eso no basta para que sea admitido así nomás en Harrow, una universidad reputada que recibe a los que no son lo bastante “duros” para ir a Eton.

Cuando pasa el examen de ingreso, queda desconcertado: “Había escrito mi nombre en lo alto de la página. Luego había puesto el número de la pregunta: 1. Tras lo cual, después de una madura reflexión, puse el número entre paréntesis, lo que daba (1). Pero, tras eso, no tenía nada más que agregar que tuviera alguna relación con la pregunta. Un manchón y varias líneas de tinta corrida se agregaron accidentalmente a mi página. Me quedé dos largas horas contemplando ese triste espectáculo”.

Pero su apellido es suficientemente conocido para abrirle las puertas de Harrow. Incluso allí, sigue siendo un soñador: su dios es el poeta Byron, y, cuando no sueña, se rebela. Su madre recibe una carta donde se refieren a “retrasos, pérdida de libros y una negligencia fenomenal”. Su padre, escribe a su hijo que “su trabajo escolar es un insulto a su inteligencia”: ¿a la de él o a la de Winston? No lo sabremos jamás. Sin más argumentos, el padre incita a su hijo, que acaba de cumplir 15 años, a entrar en el ejército. Pero le harán falta tres tentativas para que lo reciban en la mejor escuela militar inglesa, Sandhurst. Sobre 389 candidatos, primero se ubica casi último, después 203º, luego, en 1938, 95º. Lo admiten. Tiene 19 años.

Cuando su padre muere, dejando a su familia al borde de la ruina, Winston está decidido: se lanzará a la política. Su madre, que ha guardado relaciones en el ámbito del poder, lo ayudará lo más posible. Entre tanto, debe hacer su camino en el ejército, en la caballería. Como los ingleses están en todas partes del mundo, Winston va primero a la India, donde se aburre y devora Vidas paralelas contadas por un viejo romano.

Luego son Egipto, Sudán y Africa del Sur, para trompearse con los boers, esos descen-dientes de colonos holandeses que tratan de echar a los ingleses. Aprovecha para escribir numerosos artículos y un primer libro lleno de faltas de ortografía, que tiene un cierto éxito.

En fin… en 1900, justo a los veintiséis años, Churchill es elegido diputado. “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, dijo. Y no es falso: en 1945, en Yalta, se repartía el mundo con Stalin y Roosevelt.

Salvador Dalí

En París, Dalí frecuenta al escritor André Breton y adhiere al movimiento surrealista, del que también formaban parte Man Ray, René Magritte y Tristán Tzara. Sostenían que para crear había que liberarse del razonamiento y de la lógica. Recordar sus sueños era para ellos una fuente de inspiración esencial. Dalí colabora con Luis Buñuel en los films surrealistas Un perro andaluz y La edad de oro, desafíos a la moral, el buen gusto y la Iglesia, que provocan un escándalo. Dalí se enojará más tarde con Breton, que lo apodará “Avida Dollars”, anagrama que remite a la afición de Dalí por el dinero.


* * *

Salvador Felipe Jacinto, el más grran genio cossmogónico y parranoico del Univerrso, nació en Figueras, Cataluña, el 11 de mayo de 1904. “Mis padres me bautizaron Salvador. Tal como ese nombre lo indica, estaba destinado a salvar nada menos que la pintura de la nada del arte moderno, y eso en una época de catástrofes, en este universo mecánico y mediocre en el que tenemos la desgracia y el honor de vivir.”

Salvador lleva el nombre de un hermano mayor, que acaba de morir de una meningitis. “Mi padre y mi madre no encontraron consuelo hasta mi llegada al mundo. Me parecía a mi hermano como se parecen dos gotas de agua: los mismos rasgos de genio, la misma expresión de inquietante precocidad.”

Sus padres hablan francés, gravitan en el gran mundo del arte. El padre es muy autoritario, pero eso no traumatiza a Dalí: “Me hice pis en mi cama hasta los 8 años por puro placer. Nada era demasiado bello para mí. Mi padre y mi madre me idolatraban”. “A los seis años quería ser cocinero, a los siete Napoleón…”, declarará de adulto. Ahora la escuela… Aunque aprende francés a los 6 años, ese “genio” no brilla ni en primaria ni en el liceo. Es que, ya fascinado por las formas y las imágenes, tiene mejores cosas que hacer: dibuja y pinta. En el taller que se ha armado, se deja llevar por su imaginación… “En el curso de mis interminables y agotadoras ensoñaciones, mis ojos seguían sin descanso las vagas irregularidades de las siluetas mohosas del techo y veía emerger, de ese caos que era tan informe como las nubes, imágenes que se volvían progresivamente más concretas y que estaban provistas gradualmente de una personalidad cada vez más precisa, detallada y realista.”

[...] En pintura, Salvador es rápido, casi un trastornado: inscripto a los 12 años en la escuela municipal de dibujo, participa en su primera exposición a los 15 años. A los 16 declara que quiere vivir de su talento: será así. Y se disfraza de artista: “Me había dejado crecer el cabello como el de una muchacha y, al contemplarme delante de los espejos, me encantaba adoptar la pose y la mirada melancólica de Rafael en su autorretrato…”.

Sus obras ya se destacan y su padre lo envía a Madrid, a la Academia de Bellas Artes, donde lo admiten a los 17 años, el año de la muerte de su madre.

El joven Salvador pronto forma parte de la vanguardia española. Y en la década de 1920 están allí esos benditos jóvenes: el cineasta Luis Buñuel, el poeta García Lorca, de quien Dalí será amigo bastante tiempo (más adelante, se la pasará peleando con sus amigos). Tiene ideas políticas muy categóricas y vagamente revolucionarias. De golpe, es excluido por un año de la academia y, de vuelta a su casa, en Figueras, es arrestado por la Guardia Civil, sin duda con el apoyo de su padre asustado. “Ha-blaba sin cesar de anarquía, de monarquía, esforzándome en casarlos, y logrando la con-fusión general de la gente…” A los 20 años, se convierte en una vedette local: “Sus imaginaciones hambrientas reclamaban ideas que sólo yo podía aportarles. Me aclamaban, me cuidaban, me malcriaban: me había convertido en su divinidad…”.

(...)En 1926 va a París, donde conoce a Picasso; después a los Países Bajos, donde descu-bre a Vermeer y El Bosco. Ya en España, se hace expulsar, definitivamente, de Bellas Artes, tras declarar al jurado “incompetente”. Se burla de eso porque en Cadaqués, su querido pueblo de pescadores, conoce al gran pintor Miró, hace decorados de teatro, pinta temas cada vez más asombrosos: asnos podridos, manos cortadas… Estamos en 1929 y Salvador tiene 25 años. De vuelta en París, entra en contacto con el grupo de los surrealistas (ver recuadro). Entre ellos, al poeta Paul Eluard, a cuya mujer, Gala, seduce y rapta como un verdadero Romeo.

A lo largo de su carrera, dirá todo y lo contrario, a hacer de payaso, de genio, de cretino, de místico, de insoportable, de filósofo y a tomarse por jefe de estación (declara que la de Perpiñán es el centro del mundo), seguirá fiel a dos cosas: el arte y Gala.
Fuente: LANACION.com

Citas de las enseñanzas de Don Juan

El poder reside en el tipo de conocimiento que uno posee. ¿Qué sentido tiene conocer cosas inútiles? Eso no nos prepara para nuestro inevitable encuentro con lo desconocido.

Nada en este mundo es un regalo. Lo que ha de aprenderse debe aprenderse arduamente.

Un hombre va al conocimiento como va a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa puede correr el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo.

Cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos estar bien despierto, y tener miedo, respeto y absoluta confianza no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones, sus acciones pierden la torpeza de las acciones de un necio. Si un hombre así fracasa o sufre una derrota, no habrá perdido más que una batalla, y eso no le provocará lamentaciones lastimosas.

Ocuparse demasiado de uno mismo produce una terrible fatiga. Un hombre en esa posición está ciego y sordo a todo lo demás. La fatiga misma le impide ver las maravillas que lo rodean.

Cada vez que un hombre se propone aprender tiene que esforzarse como el que más, y los limites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Por tanto, no tiene sentido hablar del conocimiento. El miedo al conocimiento es natural; todos lo experimentamos, y no podemos hacer nada al respecto. Pero por temible que sea el aprendizaje, es más terrible la idea de un hombre sin conocimiento.

Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Por tanto, un guerrero siempre debe tener presente que un camino es sólo un camino; si siente que no debería seguirlo, no debe permanecer en él bajo ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera deliberada. Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino?

Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino sin corazón nunca es agradable. En cambio, un camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle gusto; el viaje se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno con él.

Existe un mundo de felicidad donde no hay diferencia entre las cosas porque en él no hay nadie que pregunte por las diferencias. Pero ése no es el mundo de los hombres. Algunos hombres tienen la arrogancia de creer que viven en dos mundos, pero eso es pura arrogancia. Hay un único mundo para nosotros. Somos hombres, y debemos transitar con alegría el mundo de los hombres.

El hombre tiene cuatro enemigos naturales: el miedo, la claridad, el poder y la vejez. El miedo, la claridad y el poder pueden superarse, pero no la vejez. Su efecto puede ser pospuesto, pero nunca vencido.

Autor: Citas extraídas de las Enseñanzas de Don Juan de Carlos Castaneda

jueves, 6 de diciembre de 2007

No ignores la tristeza

Ábrele espacio para que respire.
La tristeza es un hueco en el amor.
Una fuga transitoria de energía.
Un camino hacia uno mismo.
La revisión profunda de algún espacio roto.
No ignores la tristeza.
Pues toda emoción es necesaria y conveniente.
La tristeza te ayuda a detenerte temporalmente.
A alejarte de todo lo mundano.
Te deja en la puerta de un nuevo comienzo.
Reconócela.

No la confines a un espacio muerto.
No la encierres bajo llave.
No permitas que se entierre.
No la disfraces con mentiras lindas.
No ignores la tristeza.
Escucha su mudez, siente su calma.
Ella no pretende avergonzarte.
No todos los días son soleados.
Todo tiene un lado débil.
No ignores la tristeza.
Permítele que hable en su dialecto.
Que te conduzca hasta el final de la bajada.
Y cuando vuelva la otra fase de la Luna
el rayo de luz traspasará el prisma
y volverá a encenderse de colores tu alegría.
No ignores la tristeza.
Todas tus emociones son importantes y necesarias.
No siempre estarás en el lado fuerte.
Expresa lo que sientes.
Pronto volverás a estar alegre.

Fuente: Autor desconocido
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