Historias de pésimos alumnos que, de adultos, llegaron a la genialidad. Reunidas por Jean-Bernard Pouy, Serge Bloch y Anne Blanchard en este libro (Catapulta), aquí, tres ejemplos icónicos: Graham Bell, Churchill y Dalí.
Alexander Graham Bell
Desafiado por su padre, a los 18 años Alexander se aboca junto a su hermano Edward a la construcción de un autómata parlante. Para estudiar la anatomía de la laringe, sacrificarán primero a su gato y luego comprarán la de un ternero a un carnicero. Con madera, un embudo y laminillas de caucho, logran que un maniquí grite: “¡Mamá!”. También tratan de hacer pronunciar a Found (“Encontrado”, en inglés), su perro, “aes” y “oes”, pero entienden que el porvenir no está en eso. En 1876, trabajando en un proyecto de oreja artificial para sordos, Bell logra transmitir, por codificación, la voz humana a lo largo de un cable eléctrico.
* * *
Qué puede hacer el tipo que tiene un abuelo fonoaudiólogo, un padre profesor de dicción, una madre sorda y que se casará con una sordomuda? Ring, ring. Inventará el teléfono.
Normal. Se llama Alexander Graham Bell y nace en Edimburgo, Escocia, en 1847. Su padre, Melville, sabía narrar cuentos muy bien, pero su madre no podía oírlos. Aclarado esto, digamos que igual era una artista. Pintaba miniaturas. Los Bell eran una familia unida, que siempre tocaban música, sacaban fotografías (ya) y montaban números de mímica.
A Alex no le gustaba la escuela, y prefería salir a pasear. Un día, “en el campo, había querido oír el murmullo del trigo que ondulaba. Fue a un gran terreno y se perdió. Aturdido, iba y venía en todos sentidos. La noche comenzaba a caer. ¿Dónde estaban sus padres? Llorando, se acostó con la oreja contra la tierra. El silencio se sucedía al ruido del viento. Sollozaba y estaba por dormirse cuando, ¡milagro! Oyó un ruido a lo lejos: «¡Alex! ¡Alex!», la voz sofocada de su padre que le traía la tierra”…
A los quince años, huye de un padre demasiado autoritario y va a Londres a reunirse con su abuelo, ex zapatero, ex actor y apuntador de teatro, ex profesor de dicción y fonoaudiólogo reconocido. El abuelo le deja hacer lo que se le ocurre. Juntos, declaman Shakespeare durante horas.
La felicidad dura tres años, hasta la muerte de ese viejo excéntrico. Alex vuelve a Edimburgo, se encuentra con su hermano Edward y no consigue entenderse mejor con su padre. Pero, gran felicidad, aquél desafía a sus dos hijos a que solos construyan un autómata parlante (...). Y los dos hermanos ponen manos a la obra, buscando saber cómo funcionan los órganos que sirven para hablar.
Alex sigue pensando en irse. Como grumete, por ejemplo. Pero no llega más que al norte de Escocia, a Elgin y, en lugar de izar las velas, enseña música y dicción en un pensionado de muchachos. ¡A los dieciocho años, casi la edad de sus alumnos! Después pasa por la vieja y respetable universidad de Bath y, por fin, llega a Londres, donde enseña a niños sordos. Durante todo ese tiempo, no abandona sus curiosas pasiones; incluso asistirá a operaciones quirúrgicas para comprender los misterios anatómicos del habla. También se apasiona por la electricidad e instala un telégrafo entre su casa y la de un amigo.
Perfecciona asimismo una invención de su propio padre, basada en la dicción de los 34 sonidos de base, para hacer pronunciar frases breves a cuatro niñitas sordas.
Pero, en 1870, él y su hermano caen gravemente enfermos de tuberculosis. Edward muere. Poco antes, “en un momento de fervor, se prometen que aquel de los dos que muera primero tratará de comunicarse con el otro desde el más allá”.
Entonces la familia parte hacia Canadá, donde el aire es más puro. En el barco, Alex lee con pasión una obra, Las sensaciones del sonido, que lo impulsa a imaginar el principio del teléfono. ¿Hola?
A partir de eso, bajo los cielos poco clementes de Ontario, Alex, ayudado por sus estudios sobre la voz, su interés por la propagación de las ondas eléctricas y, hay que decirlo, también impulsado por el amor (una joven sorda, Mabel), va a poner a punto el teléfono el 10 de marzo de 1876. Solo contra todos.
“El teléfono parlante de Bell”, escribía Gray, un rival desdichado, el 1º de noviembre de 1876, “es un lindo juguete para científicos, pero no tiene ningún interés comercial, no aporta nada más que el telégrafo”.
Caramba...
Bien visto. ¿Y el celular, entonces?
Winston Churchill
Cuando, en 1933, Hitler llega al poder en Alemania, Churchill ya desconfía. Pero los recuerdos de la Primera Guerra Mundial son omnipresentes: ingleses y franceses quieren evitar a cualquier precio otro conflicto, incluso si el precio que deben pagar es dejar que el dictador acapare Europa central. Cuando Hitler ataca a los checos, el gobierno inglés y el francés negocian con él. Hostil a esta actitud, Churchill les predice: “Habéis tenido la elección entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor y tendréis la guerra”. En 1940, es nombrado primer ministro y pone a Gran Bretaña como “la muralla del mundo libre”, convirtiéndose él mismo en un símbolo de la resistencia frente a Hitler. Está dispuesto a luchar hasta la victoria, pero no puede prometer más que “sangre, sudor y lágrimas”.
* * *
Churchill es el bajito regordete, con el cigarro siempre en la boca, que, oponiéndose ferozmente a Hitler, sin duda salvó a su país, Inglaterra, con seguridad a Europa y tal vez al mundo entero.
Nacido en 1874, Winston es un hermoso bebé pelirrojo de excelente salud. (...) Su único problema, si se lo puede llamar así, es su familia aristocrática, al estilo británico. Su padre, lord Randolph, es político, y su madre, Jennie, una mujer de alta sociedad...Winston crece en un mundo cerrado donde, desde la edad de la razón (7 años), se prepara a los varones a ser admitidos, años más tarde, en las universidades más elegantes. Está programado para el must: Eton. Y no se le dio.
A los ocho años, lo arrancan de los brazos de su niñera Woom y lo envían a la escuela preparatoria de Ascot. “Contaba los días y las horas que me separaban del momento en que dejaría esa odiosa servidumbre para volver a casa y poner mis soldados en línea de batalla en el piso del cuarto de juegos”. Además, como encuentra la enseñanza a tal punto “presumida y con-vencional” no hace ningún esfuerzo: “Como ni mi razón, ni mi imaginación, ni mi inte-rés estaban excitados, no quería ni podía aprender”. Entonces, lo castigan a menudo y, en Inglaterra, los castigos duelen.
Felizmente, Woom, advirtiendo que Winston es azotado más que lo habitual, logra convencer a lady Jennie de que retire a su hijo de Ascot y se lo confíe a dos señoritas de Brighton pues ellas, pacientemente, a la antigua, lograrán poco a poco hacerlo trabajar. Y a fines de 3º ahí está, primero en griego y en latín.
Su padre, político, nunca está en casa, y Winston, para oír hablar de él, se pone a leer los diarios. La prensa y la actualidad se convierten en su pasión. Pero eso no basta para que sea admitido así nomás en Harrow, una universidad reputada que recibe a los que no son lo bastante “duros” para ir a Eton.
Cuando pasa el examen de ingreso, queda desconcertado: “Había escrito mi nombre en lo alto de la página. Luego había puesto el número de la pregunta: 1. Tras lo cual, después de una madura reflexión, puse el número entre paréntesis, lo que daba (1). Pero, tras eso, no tenía nada más que agregar que tuviera alguna relación con la pregunta. Un manchón y varias líneas de tinta corrida se agregaron accidentalmente a mi página. Me quedé dos largas horas contemplando ese triste espectáculo”.
Pero su apellido es suficientemente conocido para abrirle las puertas de Harrow. Incluso allí, sigue siendo un soñador: su dios es el poeta Byron, y, cuando no sueña, se rebela. Su madre recibe una carta donde se refieren a “retrasos, pérdida de libros y una negligencia fenomenal”. Su padre, escribe a su hijo que “su trabajo escolar es un insulto a su inteligencia”: ¿a la de él o a la de Winston? No lo sabremos jamás. Sin más argumentos, el padre incita a su hijo, que acaba de cumplir 15 años, a entrar en el ejército. Pero le harán falta tres tentativas para que lo reciban en la mejor escuela militar inglesa, Sandhurst. Sobre 389 candidatos, primero se ubica casi último, después 203º, luego, en 1938, 95º. Lo admiten. Tiene 19 años.
Cuando su padre muere, dejando a su familia al borde de la ruina, Winston está decidido: se lanzará a la política. Su madre, que ha guardado relaciones en el ámbito del poder, lo ayudará lo más posible. Entre tanto, debe hacer su camino en el ejército, en la caballería. Como los ingleses están en todas partes del mundo, Winston va primero a la India, donde se aburre y devora Vidas paralelas contadas por un viejo romano.
Luego son Egipto, Sudán y Africa del Sur, para trompearse con los boers, esos descen-dientes de colonos holandeses que tratan de echar a los ingleses. Aprovecha para escribir numerosos artículos y un primer libro lleno de faltas de ortografía, que tiene un cierto éxito.
En fin… en 1900, justo a los veintiséis años, Churchill es elegido diputado. “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, dijo. Y no es falso: en 1945, en Yalta, se repartía el mundo con Stalin y Roosevelt.
Salvador Dalí
En París, Dalí frecuenta al escritor André Breton y adhiere al movimiento surrealista, del que también formaban parte Man Ray, René Magritte y Tristán Tzara. Sostenían que para crear había que liberarse del razonamiento y de la lógica. Recordar sus sueños era para ellos una fuente de inspiración esencial. Dalí colabora con Luis Buñuel en los films surrealistas Un perro andaluz y La edad de oro, desafíos a la moral, el buen gusto y la Iglesia, que provocan un escándalo. Dalí se enojará más tarde con Breton, que lo apodará “Avida Dollars”, anagrama que remite a la afición de Dalí por el dinero.
* * *
Salvador Felipe Jacinto, el más grran genio cossmogónico y parranoico del Univerrso, nació en Figueras, Cataluña, el 11 de mayo de 1904. “Mis padres me bautizaron Salvador. Tal como ese nombre lo indica, estaba destinado a salvar nada menos que la pintura de la nada del arte moderno, y eso en una época de catástrofes, en este universo mecánico y mediocre en el que tenemos la desgracia y el honor de vivir.”
Salvador lleva el nombre de un hermano mayor, que acaba de morir de una meningitis. “Mi padre y mi madre no encontraron consuelo hasta mi llegada al mundo. Me parecía a mi hermano como se parecen dos gotas de agua: los mismos rasgos de genio, la misma expresión de inquietante precocidad.”
Sus padres hablan francés, gravitan en el gran mundo del arte. El padre es muy autoritario, pero eso no traumatiza a Dalí: “Me hice pis en mi cama hasta los 8 años por puro placer. Nada era demasiado bello para mí. Mi padre y mi madre me idolatraban”. “A los seis años quería ser cocinero, a los siete Napoleón…”, declarará de adulto. Ahora la escuela… Aunque aprende francés a los 6 años, ese “genio” no brilla ni en primaria ni en el liceo. Es que, ya fascinado por las formas y las imágenes, tiene mejores cosas que hacer: dibuja y pinta. En el taller que se ha armado, se deja llevar por su imaginación… “En el curso de mis interminables y agotadoras ensoñaciones, mis ojos seguían sin descanso las vagas irregularidades de las siluetas mohosas del techo y veía emerger, de ese caos que era tan informe como las nubes, imágenes que se volvían progresivamente más concretas y que estaban provistas gradualmente de una personalidad cada vez más precisa, detallada y realista.”
[...] En pintura, Salvador es rápido, casi un trastornado: inscripto a los 12 años en la escuela municipal de dibujo, participa en su primera exposición a los 15 años. A los 16 declara que quiere vivir de su talento: será así. Y se disfraza de artista: “Me había dejado crecer el cabello como el de una muchacha y, al contemplarme delante de los espejos, me encantaba adoptar la pose y la mirada melancólica de Rafael en su autorretrato…”.
Sus obras ya se destacan y su padre lo envía a Madrid, a la Academia de Bellas Artes, donde lo admiten a los 17 años, el año de la muerte de su madre.
El joven Salvador pronto forma parte de la vanguardia española. Y en la década de 1920 están allí esos benditos jóvenes: el cineasta Luis Buñuel, el poeta García Lorca, de quien Dalí será amigo bastante tiempo (más adelante, se la pasará peleando con sus amigos). Tiene ideas políticas muy categóricas y vagamente revolucionarias. De golpe, es excluido por un año de la academia y, de vuelta a su casa, en Figueras, es arrestado por la Guardia Civil, sin duda con el apoyo de su padre asustado. “Ha-blaba sin cesar de anarquía, de monarquía, esforzándome en casarlos, y logrando la con-fusión general de la gente…” A los 20 años, se convierte en una vedette local: “Sus imaginaciones hambrientas reclamaban ideas que sólo yo podía aportarles. Me aclamaban, me cuidaban, me malcriaban: me había convertido en su divinidad…”.
(...)En 1926 va a París, donde conoce a Picasso; después a los Países Bajos, donde descu-bre a Vermeer y El Bosco. Ya en España, se hace expulsar, definitivamente, de Bellas Artes, tras declarar al jurado “incompetente”. Se burla de eso porque en Cadaqués, su querido pueblo de pescadores, conoce al gran pintor Miró, hace decorados de teatro, pinta temas cada vez más asombrosos: asnos podridos, manos cortadas… Estamos en 1929 y Salvador tiene 25 años. De vuelta en París, entra en contacto con el grupo de los surrealistas (ver recuadro). Entre ellos, al poeta Paul Eluard, a cuya mujer, Gala, seduce y rapta como un verdadero Romeo.
A lo largo de su carrera, dirá todo y lo contrario, a hacer de payaso, de genio, de cretino, de místico, de insoportable, de filósofo y a tomarse por jefe de estación (declara que la de Perpiñán es el centro del mundo), seguirá fiel a dos cosas: el arte y Gala.
Alexander Graham Bell
Desafiado por su padre, a los 18 años Alexander se aboca junto a su hermano Edward a la construcción de un autómata parlante. Para estudiar la anatomía de la laringe, sacrificarán primero a su gato y luego comprarán la de un ternero a un carnicero. Con madera, un embudo y laminillas de caucho, logran que un maniquí grite: “¡Mamá!”. También tratan de hacer pronunciar a Found (“Encontrado”, en inglés), su perro, “aes” y “oes”, pero entienden que el porvenir no está en eso. En 1876, trabajando en un proyecto de oreja artificial para sordos, Bell logra transmitir, por codificación, la voz humana a lo largo de un cable eléctrico.
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Qué puede hacer el tipo que tiene un abuelo fonoaudiólogo, un padre profesor de dicción, una madre sorda y que se casará con una sordomuda? Ring, ring. Inventará el teléfono.
Normal. Se llama Alexander Graham Bell y nace en Edimburgo, Escocia, en 1847. Su padre, Melville, sabía narrar cuentos muy bien, pero su madre no podía oírlos. Aclarado esto, digamos que igual era una artista. Pintaba miniaturas. Los Bell eran una familia unida, que siempre tocaban música, sacaban fotografías (ya) y montaban números de mímica.
A Alex no le gustaba la escuela, y prefería salir a pasear. Un día, “en el campo, había querido oír el murmullo del trigo que ondulaba. Fue a un gran terreno y se perdió. Aturdido, iba y venía en todos sentidos. La noche comenzaba a caer. ¿Dónde estaban sus padres? Llorando, se acostó con la oreja contra la tierra. El silencio se sucedía al ruido del viento. Sollozaba y estaba por dormirse cuando, ¡milagro! Oyó un ruido a lo lejos: «¡Alex! ¡Alex!», la voz sofocada de su padre que le traía la tierra”…
A los quince años, huye de un padre demasiado autoritario y va a Londres a reunirse con su abuelo, ex zapatero, ex actor y apuntador de teatro, ex profesor de dicción y fonoaudiólogo reconocido. El abuelo le deja hacer lo que se le ocurre. Juntos, declaman Shakespeare durante horas.
La felicidad dura tres años, hasta la muerte de ese viejo excéntrico. Alex vuelve a Edimburgo, se encuentra con su hermano Edward y no consigue entenderse mejor con su padre. Pero, gran felicidad, aquél desafía a sus dos hijos a que solos construyan un autómata parlante (...). Y los dos hermanos ponen manos a la obra, buscando saber cómo funcionan los órganos que sirven para hablar.
Alex sigue pensando en irse. Como grumete, por ejemplo. Pero no llega más que al norte de Escocia, a Elgin y, en lugar de izar las velas, enseña música y dicción en un pensionado de muchachos. ¡A los dieciocho años, casi la edad de sus alumnos! Después pasa por la vieja y respetable universidad de Bath y, por fin, llega a Londres, donde enseña a niños sordos. Durante todo ese tiempo, no abandona sus curiosas pasiones; incluso asistirá a operaciones quirúrgicas para comprender los misterios anatómicos del habla. También se apasiona por la electricidad e instala un telégrafo entre su casa y la de un amigo.
Perfecciona asimismo una invención de su propio padre, basada en la dicción de los 34 sonidos de base, para hacer pronunciar frases breves a cuatro niñitas sordas.
Pero, en 1870, él y su hermano caen gravemente enfermos de tuberculosis. Edward muere. Poco antes, “en un momento de fervor, se prometen que aquel de los dos que muera primero tratará de comunicarse con el otro desde el más allá”.
Entonces la familia parte hacia Canadá, donde el aire es más puro. En el barco, Alex lee con pasión una obra, Las sensaciones del sonido, que lo impulsa a imaginar el principio del teléfono. ¿Hola?
A partir de eso, bajo los cielos poco clementes de Ontario, Alex, ayudado por sus estudios sobre la voz, su interés por la propagación de las ondas eléctricas y, hay que decirlo, también impulsado por el amor (una joven sorda, Mabel), va a poner a punto el teléfono el 10 de marzo de 1876. Solo contra todos.
“El teléfono parlante de Bell”, escribía Gray, un rival desdichado, el 1º de noviembre de 1876, “es un lindo juguete para científicos, pero no tiene ningún interés comercial, no aporta nada más que el telégrafo”.
Caramba...
Bien visto. ¿Y el celular, entonces?
Winston Churchill
Cuando, en 1933, Hitler llega al poder en Alemania, Churchill ya desconfía. Pero los recuerdos de la Primera Guerra Mundial son omnipresentes: ingleses y franceses quieren evitar a cualquier precio otro conflicto, incluso si el precio que deben pagar es dejar que el dictador acapare Europa central. Cuando Hitler ataca a los checos, el gobierno inglés y el francés negocian con él. Hostil a esta actitud, Churchill les predice: “Habéis tenido la elección entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor y tendréis la guerra”. En 1940, es nombrado primer ministro y pone a Gran Bretaña como “la muralla del mundo libre”, convirtiéndose él mismo en un símbolo de la resistencia frente a Hitler. Está dispuesto a luchar hasta la victoria, pero no puede prometer más que “sangre, sudor y lágrimas”.
* * *
Churchill es el bajito regordete, con el cigarro siempre en la boca, que, oponiéndose ferozmente a Hitler, sin duda salvó a su país, Inglaterra, con seguridad a Europa y tal vez al mundo entero.
Nacido en 1874, Winston es un hermoso bebé pelirrojo de excelente salud. (...) Su único problema, si se lo puede llamar así, es su familia aristocrática, al estilo británico. Su padre, lord Randolph, es político, y su madre, Jennie, una mujer de alta sociedad...Winston crece en un mundo cerrado donde, desde la edad de la razón (7 años), se prepara a los varones a ser admitidos, años más tarde, en las universidades más elegantes. Está programado para el must: Eton. Y no se le dio.
A los ocho años, lo arrancan de los brazos de su niñera Woom y lo envían a la escuela preparatoria de Ascot. “Contaba los días y las horas que me separaban del momento en que dejaría esa odiosa servidumbre para volver a casa y poner mis soldados en línea de batalla en el piso del cuarto de juegos”. Además, como encuentra la enseñanza a tal punto “presumida y con-vencional” no hace ningún esfuerzo: “Como ni mi razón, ni mi imaginación, ni mi inte-rés estaban excitados, no quería ni podía aprender”. Entonces, lo castigan a menudo y, en Inglaterra, los castigos duelen.
Felizmente, Woom, advirtiendo que Winston es azotado más que lo habitual, logra convencer a lady Jennie de que retire a su hijo de Ascot y se lo confíe a dos señoritas de Brighton pues ellas, pacientemente, a la antigua, lograrán poco a poco hacerlo trabajar. Y a fines de 3º ahí está, primero en griego y en latín.
Su padre, político, nunca está en casa, y Winston, para oír hablar de él, se pone a leer los diarios. La prensa y la actualidad se convierten en su pasión. Pero eso no basta para que sea admitido así nomás en Harrow, una universidad reputada que recibe a los que no son lo bastante “duros” para ir a Eton.
Cuando pasa el examen de ingreso, queda desconcertado: “Había escrito mi nombre en lo alto de la página. Luego había puesto el número de la pregunta: 1. Tras lo cual, después de una madura reflexión, puse el número entre paréntesis, lo que daba (1). Pero, tras eso, no tenía nada más que agregar que tuviera alguna relación con la pregunta. Un manchón y varias líneas de tinta corrida se agregaron accidentalmente a mi página. Me quedé dos largas horas contemplando ese triste espectáculo”.
Pero su apellido es suficientemente conocido para abrirle las puertas de Harrow. Incluso allí, sigue siendo un soñador: su dios es el poeta Byron, y, cuando no sueña, se rebela. Su madre recibe una carta donde se refieren a “retrasos, pérdida de libros y una negligencia fenomenal”. Su padre, escribe a su hijo que “su trabajo escolar es un insulto a su inteligencia”: ¿a la de él o a la de Winston? No lo sabremos jamás. Sin más argumentos, el padre incita a su hijo, que acaba de cumplir 15 años, a entrar en el ejército. Pero le harán falta tres tentativas para que lo reciban en la mejor escuela militar inglesa, Sandhurst. Sobre 389 candidatos, primero se ubica casi último, después 203º, luego, en 1938, 95º. Lo admiten. Tiene 19 años.
Cuando su padre muere, dejando a su familia al borde de la ruina, Winston está decidido: se lanzará a la política. Su madre, que ha guardado relaciones en el ámbito del poder, lo ayudará lo más posible. Entre tanto, debe hacer su camino en el ejército, en la caballería. Como los ingleses están en todas partes del mundo, Winston va primero a la India, donde se aburre y devora Vidas paralelas contadas por un viejo romano.
Luego son Egipto, Sudán y Africa del Sur, para trompearse con los boers, esos descen-dientes de colonos holandeses que tratan de echar a los ingleses. Aprovecha para escribir numerosos artículos y un primer libro lleno de faltas de ortografía, que tiene un cierto éxito.
En fin… en 1900, justo a los veintiséis años, Churchill es elegido diputado. “El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”, dijo. Y no es falso: en 1945, en Yalta, se repartía el mundo con Stalin y Roosevelt.
Salvador Dalí
En París, Dalí frecuenta al escritor André Breton y adhiere al movimiento surrealista, del que también formaban parte Man Ray, René Magritte y Tristán Tzara. Sostenían que para crear había que liberarse del razonamiento y de la lógica. Recordar sus sueños era para ellos una fuente de inspiración esencial. Dalí colabora con Luis Buñuel en los films surrealistas Un perro andaluz y La edad de oro, desafíos a la moral, el buen gusto y la Iglesia, que provocan un escándalo. Dalí se enojará más tarde con Breton, que lo apodará “Avida Dollars”, anagrama que remite a la afición de Dalí por el dinero.
* * *
Salvador Felipe Jacinto, el más grran genio cossmogónico y parranoico del Univerrso, nació en Figueras, Cataluña, el 11 de mayo de 1904. “Mis padres me bautizaron Salvador. Tal como ese nombre lo indica, estaba destinado a salvar nada menos que la pintura de la nada del arte moderno, y eso en una época de catástrofes, en este universo mecánico y mediocre en el que tenemos la desgracia y el honor de vivir.”
Salvador lleva el nombre de un hermano mayor, que acaba de morir de una meningitis. “Mi padre y mi madre no encontraron consuelo hasta mi llegada al mundo. Me parecía a mi hermano como se parecen dos gotas de agua: los mismos rasgos de genio, la misma expresión de inquietante precocidad.”
Sus padres hablan francés, gravitan en el gran mundo del arte. El padre es muy autoritario, pero eso no traumatiza a Dalí: “Me hice pis en mi cama hasta los 8 años por puro placer. Nada era demasiado bello para mí. Mi padre y mi madre me idolatraban”. “A los seis años quería ser cocinero, a los siete Napoleón…”, declarará de adulto. Ahora la escuela… Aunque aprende francés a los 6 años, ese “genio” no brilla ni en primaria ni en el liceo. Es que, ya fascinado por las formas y las imágenes, tiene mejores cosas que hacer: dibuja y pinta. En el taller que se ha armado, se deja llevar por su imaginación… “En el curso de mis interminables y agotadoras ensoñaciones, mis ojos seguían sin descanso las vagas irregularidades de las siluetas mohosas del techo y veía emerger, de ese caos que era tan informe como las nubes, imágenes que se volvían progresivamente más concretas y que estaban provistas gradualmente de una personalidad cada vez más precisa, detallada y realista.”
[...] En pintura, Salvador es rápido, casi un trastornado: inscripto a los 12 años en la escuela municipal de dibujo, participa en su primera exposición a los 15 años. A los 16 declara que quiere vivir de su talento: será así. Y se disfraza de artista: “Me había dejado crecer el cabello como el de una muchacha y, al contemplarme delante de los espejos, me encantaba adoptar la pose y la mirada melancólica de Rafael en su autorretrato…”.
Sus obras ya se destacan y su padre lo envía a Madrid, a la Academia de Bellas Artes, donde lo admiten a los 17 años, el año de la muerte de su madre.
El joven Salvador pronto forma parte de la vanguardia española. Y en la década de 1920 están allí esos benditos jóvenes: el cineasta Luis Buñuel, el poeta García Lorca, de quien Dalí será amigo bastante tiempo (más adelante, se la pasará peleando con sus amigos). Tiene ideas políticas muy categóricas y vagamente revolucionarias. De golpe, es excluido por un año de la academia y, de vuelta a su casa, en Figueras, es arrestado por la Guardia Civil, sin duda con el apoyo de su padre asustado. “Ha-blaba sin cesar de anarquía, de monarquía, esforzándome en casarlos, y logrando la con-fusión general de la gente…” A los 20 años, se convierte en una vedette local: “Sus imaginaciones hambrientas reclamaban ideas que sólo yo podía aportarles. Me aclamaban, me cuidaban, me malcriaban: me había convertido en su divinidad…”.
(...)En 1926 va a París, donde conoce a Picasso; después a los Países Bajos, donde descu-bre a Vermeer y El Bosco. Ya en España, se hace expulsar, definitivamente, de Bellas Artes, tras declarar al jurado “incompetente”. Se burla de eso porque en Cadaqués, su querido pueblo de pescadores, conoce al gran pintor Miró, hace decorados de teatro, pinta temas cada vez más asombrosos: asnos podridos, manos cortadas… Estamos en 1929 y Salvador tiene 25 años. De vuelta en París, entra en contacto con el grupo de los surrealistas (ver recuadro). Entre ellos, al poeta Paul Eluard, a cuya mujer, Gala, seduce y rapta como un verdadero Romeo.
A lo largo de su carrera, dirá todo y lo contrario, a hacer de payaso, de genio, de cretino, de místico, de insoportable, de filósofo y a tomarse por jefe de estación (declara que la de Perpiñán es el centro del mundo), seguirá fiel a dos cosas: el arte y Gala.
Fuente: LANACION.com
Ay, es un consuelo, para mí, saber que esos vagos llegaron a ser grandes.
ResponderEliminarjeje... espero que mi caso sea similar hare lo posible... jeje por que tengo digamos algo de genialidad pero ahh a veces el desmadre puede mas ja... haber si algun dia salgo en los lobros de historia como esos tipos jeje...
ResponderEliminartima jaajajaj que inspirador, ja por me eleva el autoestima pensar que los reveldones como yo trasciendan , es que si gana el desmadre y la vagues jaja
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