Tanto sus abuelos como sus padres, hermanos y amigos esperaban con ansiedad a que llegara la noche para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se lo pasaban tan bien que no comprendían cómo la pequeña luciérnaga no les acompañaba nunca. Le insistían para que fuera con ellas a volar, pero no había manera de convencerla. -¡Que no quiero salir a volar!- repetía la pequeña luciérnaga.
Toda la comunidad de luciérnagas estaba muy preocupada por la actitud de la pequeña. Pasaban los días y la pequeña seguía encerrada sin salir de casa.
Un anochecer, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela luciérnaga se acercó a la pequeña y le preguntó con delicadeza:
¿Qué te sucede, mi pequeña niña? ¿Por qué nunca quieres salir de casa? ¿Cuál es la razón por la que nunca quieres venir a volar e iluminar la noche con nosotros?.
-¡No me gusta volar! -respondió la pequeña luciérnaga.
-Pero, ¿por qué no te gusta ni volar ni mostrar tu luz? -Pues... -explicó por fin la luciérnaga-, ¿para qué he de salir si con la luz que tengo nunca podré brillar como la luna? La luna es grande y brillante y yo a su lado no soy nada. Soy tan pequeñita que a su lado no soy más que una ridícula chispita. Por eso nunca quiero salir de casa y volar, porque nunca brillaré como la luna. -¡Ay, mi niña! -sonrió la abuela-. Hay una cosa de la luna que has de saber y que desconoces. -¿Y qué es lo que debo saber? -Has de saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches. La luna cambia todos los días. Hay noches en que está radiante. En cambio en otras se esconde, su brillo desaparece y deja al mundo sumido en la más profunda oscuridad.
-¿De veras que hay noches en que se esconde la luna?
¡Claro que sí, mi niña! Hay noches en que la luna es enorme y otras en que se hace invisible. La luna no siempre brilla con la misma intensidad. La luz de la luna depende del sol. En cambio tú, pequeña, siempre brillarás con la misma fuerza y lo harás con tu propia luz.
A partir de entonces la pequeña luciérnaga salió cada noche a volar con su familia. Y así fue como aprendió que cada uno ha de brillar con su propia luz.
Fuente: Relato tradicional de Tailanda, del libro de J.M. Hernández y A. Sáinz de la Maza.
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