El trabajo es la sustancia de la vida, dijo Albert Einstein. Es así si consideramos el trabajo como un escenario en el cual una persona expresa sus habilidades, invierte sus energías, compromete su creatividad, manifiesta sus patrones de vinculación con los demás. No somos uno en el trabajo y otro fuera de él. Caemos en una peligrosa disociación si creemos que el tiempo que dedicamos al trabajo y a los negocios, así como las conductas que mostramos allí, no cuentan, no nos definen, y que nuestra verdadera identidad se expresa cuando llegamos a casa, cuando nos encontramos con amigos, cuando desarrollamos pasatiempos o estamos con nuestra familia. Quien se muestra impiadoso e implacable en los negocios y tierno y juguetón en lo doméstico podría ocultar una debilidad vergonzante para él (o ella) detrás de aquella ferocidad. Y en el momento menos pensado puede exhibir una violencia inesperada en el espacio privado. Estemos donde estemos somos una totalidad integrada por múltiples aspectos. Si negamos alguno de ellos en el afán de construir una personalidad “aceptable”, sólo lograremos que ese aspecto se exprese de modo disfuncional. La vieja historia del Doctor Jekyll y Mr. Hyde.
Esto viene al caso dados los interrogantes que plantea Héctor. Que las personas involucradas en una actividad de negocios o trabajo sean, o no, amigas no debería marcar una diferencia en cuanto al respeto por el otro, la valoración de la diversidad, el ejercicio del disenso, la práctica de una ética. Si sólo respetamos a los conocidos y no creemos que el desconocido, el competidor o el adversario merezcan ser honrados, lo que ejercitamos no es respeto, sino mera complicidad. Y esas connivencias duran lo que dura la “amistad”. Si confundimos competir con destruir, dañar o descalificar, teñimos nuestra actividad con una energía muy oscura. La competencia por un puesto, por un mercado o por lo que sea se puede tomar como una magnífica oportunidad de superación personal o de construcción colectiva. Nadie compite para perder, pero ganar no debería ser sinónimo de exterminar, eliminar, destruir, degradar. ¿Qué papel juega lo humano en el mundo comercial?, se pregunta el lector. Lo comercial es una actividad humana. Lo humano, entonces, está en su ADN. Humanos son la envidia, el odio, la empatía, la solidaridad, la comprensión, la indiferencia, la impiedad, la comprensión, el egoísmo. Todo está en el trabajo. Humana es la conciencia, la posibilidad de registrarnos como individuos y la responsabilidad, la capacidad de responder por nuestras acciones.
El swami Vivekananda (1863-1902), un respetado referente espiritual hindú, escribió: “El objeto de todo trabajo es despertar el alma”. Quienes ven el trabajo como un campo de batalla y convierten oficinas, estudios, laboratorios, comercios o talleres en trincheras, quienes creen que trabajar es sólo producir, ganar, conquistar, imponerse, abarcar y acumular, acaso sonrían irónicamente ante esta idea. Pero el lugar en el que cada persona trabaja y la actividad a la que se dedica significan una posibilidad de mejorar el mundo (o aprovecharse de él) y de hacer el bien a alguien (o de esparcir discordia). La opción es personal e intransferible. Después de todo, se trabaja como se vive.
Esto viene al caso dados los interrogantes que plantea Héctor. Que las personas involucradas en una actividad de negocios o trabajo sean, o no, amigas no debería marcar una diferencia en cuanto al respeto por el otro, la valoración de la diversidad, el ejercicio del disenso, la práctica de una ética. Si sólo respetamos a los conocidos y no creemos que el desconocido, el competidor o el adversario merezcan ser honrados, lo que ejercitamos no es respeto, sino mera complicidad. Y esas connivencias duran lo que dura la “amistad”. Si confundimos competir con destruir, dañar o descalificar, teñimos nuestra actividad con una energía muy oscura. La competencia por un puesto, por un mercado o por lo que sea se puede tomar como una magnífica oportunidad de superación personal o de construcción colectiva. Nadie compite para perder, pero ganar no debería ser sinónimo de exterminar, eliminar, destruir, degradar. ¿Qué papel juega lo humano en el mundo comercial?, se pregunta el lector. Lo comercial es una actividad humana. Lo humano, entonces, está en su ADN. Humanos son la envidia, el odio, la empatía, la solidaridad, la comprensión, la indiferencia, la impiedad, la comprensión, el egoísmo. Todo está en el trabajo. Humana es la conciencia, la posibilidad de registrarnos como individuos y la responsabilidad, la capacidad de responder por nuestras acciones.
El swami Vivekananda (1863-1902), un respetado referente espiritual hindú, escribió: “El objeto de todo trabajo es despertar el alma”. Quienes ven el trabajo como un campo de batalla y convierten oficinas, estudios, laboratorios, comercios o talleres en trincheras, quienes creen que trabajar es sólo producir, ganar, conquistar, imponerse, abarcar y acumular, acaso sonrían irónicamente ante esta idea. Pero el lugar en el que cada persona trabaja y la actividad a la que se dedica significan una posibilidad de mejorar el mundo (o aprovecharse de él) y de hacer el bien a alguien (o de esparcir discordia). La opción es personal e intransferible. Después de todo, se trabaja como se vive.
Fuente: Sergio Sinay para LANACION.com
Gracias Javier Grande por enviarme esta nota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario